Cristián Skewes escribe en recuerdo del Profesor Sergio Riquelme
Estimados amigos,
Pese al verdadero "pago de Chile" que Sergio Riquelme recibió de nuestro colegio, para mí su nombre es casi sinónimo de Grange.
Además de la adicción a la historia y a la historiografía que le
debo, recuerdo los entretenidísimos momentos pasados en dos o tres
viajes de estudio en los que hizo lo posible por controlar a esa horda
de salvajes.. Creo que una de esas giras fue a la central
hidroeléctrica de Rapel; otra, a las de Cipreses y Abanico; y la última
(de la que fue cómplice, pues no viajó con nosotros), me parece que en
5º "de Humanidades", a la zona sur, donde nos repartimos por grupos en
distintas áreas.
Le fregué harto la pita y me la devolvió siempre, a tiempo y con gracia.
Tuvimos un serio "impasse" a raíz de la publicación de mi infame
pasquín "The South Pacific Whale" en el tablero del corredor
que comunicaba el comedor, la sala de profesores y los
laboratorios. Una temprana y equivocada vocación de periodista me llevó
a hacer determinada alusión a la característica cicatriz de su frente,
desafortunada referencia que me condujo a un problema bastante grave:
don Sergio se empecinó que la solución del diferendo era mi salida del
colegio. Esa vez tuve que agachar el moño por primera y última vez en
mi vida (ya no me queda moño, por lo demás, me resta la pura porfía) y
partí un domingo a darle explicaciones a su casa, las que fueron
recibidas con su humor de siempre.
Más tarde me dió más de una mano en momentos de apuro: en una
interrogación oral en que la pregunta se refería al nombre del estrecho
que separa las partes europea y asiática de Turquía, viéndome
absolutamente colgado, me ayudó soplándome impúdicamente:
-A ver... ¿Cómo le pide un fósforo un niñito árabe a su mamá?
-¡Bósforo! -fue la respuesta obvia y superé el trance.
También recuerdo una clase en que nos detalló los pasos
cordilleranos entre Chile y Argentina. Durante buena parte de ese año
cambiamos el tradicional "huevón" por "Huaún".
A fines de 67 yo estaba desesperado por el negro porvenir que se
me venía encima. A mi miserable 4,35 de promedio de notas se agregaba
una asistencia a clases tan ínfima que me impedíría dar exámenes (me
había pasado casi todo el año viendo la serie completa de los nacientes
"spaghetti westerns" y boxeadores chinos, bodrios que infestaban las
salas de cine del centro (y de las cuales no queda casi ninguna). Mi
salvación vino cuando don Sergio le informó al curso que necesitaba dos
personas de confianza para pasar en limpio las actas de concentración
de enseñanza media. "Skewes y Krell", designó a dedo. Confieso que no
alteré ni una centésima mis notas, pero sí la asistencia, lo que me
permitió terminar el colegio, dar la prueba y estudiar lo que se me
vino en gana. De otro modo, a estas alturas (y con suerte) yo
estaría atendiendo un puesto de cachureos en el barrio Franklin, o
vendiendo sánguches de potito en el Estadio Nacional los domingos de
fútbol.
Es cierto que en una cultura como la nuestra, generosa en clichés
y frases hechas para la ocasión, una de las clásicas es la de "¡Ay, qué
güeno era el finao!". Este no es el caso; Sergio Riquelme Pinna, "El
Cabeza de Alcancía", se merece nuestro más auténtico respeto y
simpatía, nuestro agradecimiento permanente.
Abrazos a todos,
Cristián Skewes